miércoles, 9 de marzo de 2011

Mi vida en la consulta.

Me siento en el banco de madera de la consulta del abuelo.
Apenas tocan la punta de los zapatos el suelo y opto por balancear mis piernas en un gesto cansino hacia delante y hacia atrás, pretendiendo con ello que acaso el tiempo se acelere, entretanto observo a los muchos viejos del pueblo que esperan ser atendidos.
Se abre la puerta… ¿Quién va ahora?... Pasa Andrés…
Leo el cartel colgado en la pared de enfrente: Laboratorios "Valvanera”, en Logroño, que habla de la ventaja del Profidén, formula magistral desarrollada por el Dr. B. Guerra Ortiz de Zárate, y mientras, pienso  en escaparme lo antes posible para ir a cazar lagartos con los chicos y echar una “tumbadera” en las escuelas. Antes, claro está, tengo que recitar la lección. Hoy toca el complicado mundo de la célula. Cierro mis ojos a la vez que intento memorizar los procesos celulares que con ahínco insiste que aprenda el abuelo.
Cuando los abro veo que mis pies tocan el suelo. Apoyan perfectamente. La consulta es diferente y el antiguo banco de madera es una silla de plástico duro color naranja. Reparo en que ya no tengo ninguna lección que exponer y veo que en el resto de sillas naranjas sigue habiendo viejos y algún que otro joven.
 Los observo e intento averiguar por su aspecto, cual será su patología…Ese tiene algo de hígado…el color amarillo de sus ojos lo delata, por no decir su aliento…seguro que acaba de salir del bar... Este otro sufre de algo cardiaco, ¡ja! Fíjate como tiene sus dedos, parecen palillos de tambor…Lo de la señora del fondo es gripe…esa tos no me suena bien...
Suena la puerta. Sale una señorita… ¿Rodolfo Hernández?
-Yo! Dice el del corazón.
Pase, y después María Gómez…
Hay que ver, se conoce que estos viejos no tienen nada que hacer porque mira que incordian en la consulta, todo el día aquí metidos…Cierro de nuevo los ojos esperando mi turno, y pienso que a lo mejor si tuviesen que pagar una cantidad simbólica por ir al médico, las colas se reducirían considerablemente.
Vuelvo a abrirlos y miro la hora, estoy citado a y cuarto.
Reparo en que debajo de mi reloj de muñeca tengo un moretón, lo toco y me asombra ver mi piel arrugada y llena de manchas. Mis venas se marcan entre mis huesos como verdes líneas en un decrépito pergamino ajado
-Es de la medicación, me dice un anciano sentado a mi izquierda. Yo, al final me tuve que quitar el mío. Con el sintrom no hay forma de que se vayan esas jodías manchas, ahora lo llevo de bolsillo, ¿lo ve?
¿Sintrom?, Pienso, ¿Qué coño es eso? Miro alrededor y veo que ya hay más jóvenes sentados en la consulta. Como en un truco de magia, la silla se ha vuelto azul, y entre mis piernas asoma un bastón. Ahora soy yo el viejo e intento explicarme por qué razón he llegado hasta allí, cuando hace un momento estaba esperando a recitar mi lección.
¿Enrique Ortega?... Pase –dice un imberbe jovenzuelo residente – y después Jacinto Peláez.   

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