domingo, 26 de junio de 2011

Cuantas veces nacemos, cuantas morimos

     Leo un articulo que publica en su blog mi amigo y doctorísimo Javier Muñoz, titulado así "Cuantas veces nacemos...cuantas morimos" y he de reconocer que me pone el tema. Me gusta reflexionar sobre el asunto este de la vida y la muerte, sobre todo en estos últimos meses, casi año en donde han fallecido algunos queridos familiares por diferentes circunstancias.
     Y me gusta hacerlo desde dos puntos de vista: El -digamos- científico, y otro más espiritual.
     El primero es simple, y ya hablé algo de él en mi entrada titulada "Polvo Eres". A mi entender de profano en la materia, siempre he pensado que lo que nos lleva a la muerte por sencillo que nos parezca, es la pérdida de oxígeno.
     La muerte se puede deber a una amplia variedad de enfermedades y trastornos, pero en todos los casos, la causa fisiológica subyacente es el colapso del ciclo de oxigenación corporal. Así de básico.
     Despues de esta premisa inicial, desarrollo un poco más técnicamente los procesos que acabaron con la vida de mis seres queridos. En algunos casos como mis abuelos, en realidad murieron de viejos, aunque en los certificados oficiales se anoten distintos diagnósticos que satisfacen siempre a algún funcionario estadístico. Las máquinas que llevaban 97 y 94 años trabajando, terminaron por pararse.
     Tanto si las patologias evidentes aparecen en el cerebro como en la pereza de un sistema inmunológico senil, lo que se extingue no es otra cosa que la fuerza vital. Termina por cumplirse la ley superior de la naturaleza.
     El atardecer que comenta Javier en su blog.
     La facilidad biológica de reparar estructuras dañadas se vuelve inoperativa. La capacidad de rejuvenecimiento de las celulas nerviosas y musculares se va agotando gradualmente. Estos cambios en principio bioquímicos e intracelulares, acaban extendiéndose a organos enteros. Disminuye el gasto cardiaco en reposo y cuando el corazon se estresa, su capacidad de irrigación es insuficiente. La rapidez de la circulación disminuye, el ventrículo izquierdo tarda más en llenarse y relajarse despues de cada contracción. Tambien muere el sistema de conducción, el haz de His tiene menos de la mitad de sus fibras originales y el nódulo SA puede haber perdido hasta el 90% de sus celulas. La bomba envejece, al igual que la cara de los ancianos curtida por los años, el corazón tiene el aspecto de su edad, no es necesario atribuirle una enfermedad para justificar su fallo.
     En no mucho tiempo cada órgano recibe una nutrición menor a la requerida para cumplir su misión. El engrosamiento de los minúsculos vasos sanguíneos renales disminuye la corriente sanguinea dando lugar a la destrucción de las unidades de filtración, elemento esencial para limpiar la orina de impurezas, esto disminuye la efectividad del riñón que pierde la capacidad para expulsar el exceso de sodio o incluso retenerlo cuando el cuerpo lo necesita. El resultado es el desequilibrio en la concentración de sal y el volumen de agua que incrementa la posibilidad de insuficiencia cardíaca por una parte o de deshidratación por otra. Falla el riñón en su responsabilidad y ahí tenemos una de las vías de salida de las personas de edad: La insuficiencia renal.
 Sin animo de ser exhaustivo, podría hablar de otras patologías que concluyen con la vida de las personas ancianas por ejemplo las neumonías, los ya poco elásticos pulmones reducen la capacidad operativa pulmonar, los mecanismos para expulsar la mucosidad se debilitan y las vias aéreas  ya estenosadas se llenan cada vez más de materias residuales. Los microbios de la neumonia están al acecho de que aparezca alguna otra agresión que inhiba aun más las ya dañadas defensas de los ancianos. El Coma es su perfecto aliado. Elimina todo modo consciente de resistir a sus ataques e incluso destruye un mecanismo de seguridad tan básico como es el reflejo de la tos. Cualquier regurgitación se convierte en el vehículo en el que los gérmenes alcanzan triunfalmente los tejidos respiratorios, los alvéolos se hinchan y son destruidos por la inflamación. Como consecuencia el intercambio de gases no puede realizarse adecuadamente y disminuye el oxigeno sanguíneo mientras se acumula CO2. Cuando los niveles de oxigeno descienden por debajo de un nivel mínimo, el cerebro lo manifiesta con la muerte de nuevas células y el corazón con fibrilación o parada. La neumonia triunfa.
     En definitiva hay un omnipresente destacamento de asesinos de ancianos: Septicemias, Insuficiencias, ACV, Acidosis, cuyo decidido ataque es imposible de detener.
     Hay una figura literaria del S. XVII, Francis Quarles que dijo "Está en manos del hombre acelerar por omisión o acortar activamente, pero no alargar o extender los límites de la vida natural. Solo posee el arte de alargar su vela el que sabe servirse mejor de ella".
     Evidentemente la vida tiene sus límites naturales inherentes. Cuando se alcanzan esos límites, la vela de la vida, aun en ausencia de una enfermedad específica se apaga.
     Cuando la muerte es prematura, consecuencia de un cáncer, como lo fue la de mi primo hace once meses, o la de mi amiga hace un año y medio siempre afecta a mi sentido de la "justicia" y del equilibrio del mundo. ¿Qué sentido tiene vivir?, ¿Qué significa la vida?, ¿Quién es el responsable de tal estado de cosas?. Nuestra mente nos dice que ha de existir una causa y que si la hay, alguien tiene que ser responsable de ella y algo se podrá hacer al respecto. El deseo de justicia mantiene ocupada la mente tras una pérdida que contradice nuestras expectativas de la vida. Aceptamos que los ancianos han de morir y, por mucha tristeza que sintamos ante la pérdida, en general estas desapariciones son una consecuencia lógica del devenir de la vida. La muerte prematura trastorna un orden natural según el cual se supone que han de morir primero las personas de mayor edad y así, nos infunde inseguridad y nos torna conscientes del carácter azaroso de la existencia. Nos recuerda que no controlábamos los acontecimientos tanto como creíamos.
     Desde los tiempos de Hipócrates y aun antes, los médicos griegos de la antigüedad comprendían claramente las formas por las que un tumor maligno lleva a cabo su inexorable misión de destruir la vida. Para distinguir estas tumoraciones de las hinchazones ordinarias que denominaban "oncos", emplearon el término "Karkinos" o cangrejo, que curiosamente se deriva de una raiz indoeuropea que significa "duro". Siendo oma un sufijo que indica "tumor", se empleo Karkinoma para designar el crecimiento tumoral maligno.
     Hasta pasada la mitad del S. XIX se pensaba que el cáncer mataba furtivamente; que desplegaba su poder amenazador protegido por la oscuridad, y solo se sentía la picadura cuando la infiltración asesina había estrangulado demasiado tejido normal como para que pudieran restablecerse las defensas desbordadas de su anfitrión.
     Actualmente sabemos que no es así porque hemos descubierto una personalidad diferente al ver a nuestro viejo enemigo a través del microscopio. El cáncer, lejos de ser un enemigo clandestino, se revela poseído por una maligna exhuberancia asesina. Propagándose de un punto central, la enfermedad lleva a cabo sin tregua una campaña de tierra quemada en la que no se respeta regla alguna, no se obedecen órdenes y se aniquila toda resistencia en una orgía de destrucción. Sus células actúan como una frenética horda de bárbaros que, sin jefe y sin control, solo persigue un único objetivo: saquear todo lo que esté a su alcance.
     El cáncer es amoral. Al no tener otro objetivo que la destrucción de la vida, el cáncer es inmoral. Un acumulo de células malignas es como un tumulto de adolescentes inadaptados que vuelcan su ira en la sociedad de la que son producto. Una banda callejera con un solo objetivo: sembrar el pánico. Pero al final no vence el cáncer. Cuando mata a su víctima se mata a sí mismo. El cáncer nace con la voluntad de morir.
     Gracias a mi amiga y eminente patóloga Mamen García he podido ver diversas preparaciones microscópicas de, como se dice ahora, células anaplásicas y autónomas o lo que para mi, profano en la materia, viene a significar, feas, deformes y rebeldes.
     Donde más se manifiestan la deformidad y fealdad de las células cancerosas es en las irregularidades de su forma pervertida. Mientras que el aspecto de una célula normal de un tejido normal se diferencia poco o nada del de sus vecinas normales, las células de una población cancerosa no suelen ser ni uniformes ni ordenadas en su aspecto y dimensiones. La estructura central de la célula cancerosa, su núcleo, es mayor y más prominente que la de sus equivalentes maduras y con frecuencia tan deforme como la célula misma. Su dominio sobre el protoplasma que le rodea se ve intensificado por la avidez con que absorbe las tinciones del laboratorio, característica que le confiere un aspecto ominoso y sombrío.
     Aunque comienza como un fenómeno microscópico, una vez iniciado, el proceso de crecimiento maligno continua inexorablemente hasta que se le puede ver a simple vista o sentir con la mano al hacer una exploración. Durante un tiempo, puede ser demasiado pequeño para producir síntomas, pero al final la víctima del cáncer notará que le sucede algo anormal. en ese momento es posible que el tumor haya crecido tanto que no tenga cura. En algunos órganos sólidos puede alcanzar un tamaño considerable antes de hacer notar su presencia. De aquí la reputación de asesino silencioso.
     La primera vez que tuve en el microscopio una preparación de células cancerosas estaba con un residente.             Mi amiga, a la sazón también profesora en la universidad le pregunto: ¿Qué ves aqui...?, el residente  comenzó una técnica descripción de núcleo, protoplasma, membranas, etc
-y tu Thomas, ¿que ves?.
-Y yo, que apenas sabía como enfocar a través del microscopio le conteste: El Caos.
     Fue ese Caos el que mato a mi primo con un estadio IVC en un cáncer de glándulas salivales, o a mi amiga con un Glioblastoma multiforme.

     La parte espiritual es más compleja de entender y de explicar, no hablamos de aspectos tangibles. Entran en juego creencias religiosas, espirituales, evolutivas, filosóficas...etc.
     Lo cierto es que no nos educan para la muerte. Igual que en las escuelas ya hay educación sexual, o por ejemplo la chorrada zapateril de educación para la ciudadanía, deberían  prepararnos para un hecho tan cercano y propio del ser humano.
     En definitiva necesitamos entender la muerte para saber vivir mejor. Aprender a entender la muerte es lo más propio y universal que nos sucede a los seres humanos.
     En mi vida he encontrado gente de distintas creencias políticas y religiosas. He hablado con científicos y con curas, con gente muy creyente y con ateos confesos. Uno de estos me dijo una cita de alguien -hombre de ciencia- que no recuerdo. "He abierto cientos de cuerpos y no he encontrado el Alma".
Me parece bien. Acepto, que no comparto, esas opiniones y por eso concluiré tan brevemente esta parte espiritual que, en principio se me antojaba tan complicada para explicar.
     Siento que le gente que quería y se fue, en realidad no se ha ido. Siento muchas veces su presencia a mi lado, en la habitación, en la calle, sentados tras un escaparate... Los veo en mis sueños aconsejándome sobre tal o cual problema. Los puedo sentir, casi tocar muchas veces. Hablo con ellos y rezo para que tengan luz en su camino. Creo y sé que están conmigo y yo con ellos y que será así para siempre. Y hasta que alguien no sea capaz de escribirme eso en una fórmula matemática, seguiré pensando igual.
     Hace una bonita tarde...morimos por hoy. Antes publicaré esto.
     Buenas noches

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